Muchas gracias Maia! :)
Autoficción: una fábrica de palabras, una fábrica de recuerdos.
¿Qué es la memoria? ¿Qué es la experiencia? ¿Qué son las palabras sino una red de fotografías capturadas por el recuerdo? Son esas fotografías y no otras las que elegimos para crear el mundo, porque el mundo no está creado, lo creamos nosotros, con la palabra, mejor dicho, con el peso de la palabra que surge de adentro, porque las palabras pesan y caen como gotas cargadas en la tierra. La tierra de Irene a veces está seca, a veces está húmeda esperando ser gozada. Siempre la tierra que nos nace, siempre la tierra que nos pare. La palabra cae en la tierra y rueda, se esconde en una hendidura y crece, se hace viento y grita por el hambre, por la ausencia, por el cuerpo.
Autoficción está lleno de palabras y de fotografías que esperan ser poseídas, que esperan ser tocadas, acariciadas, palabras vivas, palabras que esperan a un lector abierto que las abrace como la tierra y que las chupe y que las trague, y bien adentro las sienta, las haga suyas, las transforme.
El ritmo de los versos nos envuelve, somos tierra porque nos escuchamos en la tierra, somos agua porque nos escuchamos en el agua. Poco a poco nos hacemos palabra, poesía, verso, ¿y dónde están nuestras manos que tomaban el agua de la fuente? Están en el suelo cantando a la tierra y al río: “Señor/ Gran Paraná,/ devuélveme mis sueños./ Te pagaría/ con mi salario de lágrimas,/ con agua salada/ te pagaría,/ si lo pudieses aceptar…”.
Autoficción es un canto también al nacimiento y a la madre que escucha y no importa si un sistema perverso nos niega el pan de cada día, porque ella nos abraza y nos da de su vientre, que es más que comida: es amor.
Los pies de mi madre
fueron alguna vez
mi punto de apoyo
mi espejo.
Viajar
a las lejanas
tierras
del deber
sobre ellos
no pudo ser mi lema.
Pero amé sus pies.
Marcados por el recorrido
de pasillos de hospital.
Huesudos y venosos.
Pedestales esculpidos
por la que los lleva puestos.
Mirar sus pies
y experimentar la piedad
eran una sola cosa.
Comimos
gracias a ellos
nos vestimos
gracias a ellos
y sufrimos
con ellos.
Yo conocí el cielo
cuando conocí los pies de mi madre.
Y sentí el dolor que ellos sentían.
Y lo único que deseaba
era tomarlos
entre mis manos
para darles alivio.
La tapa del libro es una mujer hecha de retazos, de recortes diferentes, coloridos, amalgamados por la figura, por el cuerpo, quizá por el recuerdo y la experiencia que conforman ese cuerpo.
Las poesías de Irene Ocampo nos ofrecen una mirada fuerte, penetrante, una mirada que nos atraviesa y nos desnuda, una mirada que remonta voces, historia, vida. ¿Qué somos sino la tierra que chupa de la memoria? ¿Qué son las palabras sino una fábrica de recuerdos? ¿Cómo vamos a vivir si no creamos nuestra autoficción, nuestra historia, nuestra forma de ver y tocar el mundo?
Irene Ocampo
Hipólita Ediciones
Año de edición: 2008
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